¿Podemos encontrarnos con nuestras mascotas después de morir?

Quienes hemos amado profundamente a un animal sabemos que no eran “sólo una mascota”. Eran parte de la familia. Una extensión de nuestro corazón. Su presencia era medicina, compañía, silencio sagrado. No hablaban nuestro idioma, pero sabían exactamente cuándo acercarse, cuándo quedarse quietos, cuándo lamer una herida invisible. Por eso, cuando parten, el dolor puede ser tan profundo como el de cualquier ser querido.

Desde una mirada espiritual, los animales tienen alma. Un alma diferente a la humana, sí, pero no por ello menos valiosa. Los animales son almas en proceso de evolución. Almas que eligen, muchas veces, encarnar en cuerpos que les permitan vivir el amor incondicional desde lo más puro y simple.

Cuando un animal entra en nuestra vida, no lo hace por casualidad. Lo hace porque, a nivel álmico, hubo un acuerdo. Un pacto silencioso. Tal vez vino a acompañarnos en un momento difícil. Tal vez vino a enseñarnos paciencia, ternura o simplemente a recordarnos cómo es amar sin juicio.

Y así como nos acompañan en vida, muchas veces continúan haciéndolo después de su partida. Hay incontables testimonios de personas que, tras la muerte de su mascota, han sentido su presencia: un ladrido en el silencio, el peso familiar en la cama, el sonido inconfundible de sus patitas o el perfume de su pelaje. Son pequeñas señales que su alma nos envía para decir: “Sigo aquí”. ¿Nos encontraremos con ellos? Sí. En los planos espirituales más sutiles, donde la conciencia vibra sin cuerpo, el amor es el idioma común. Y como toda energía amorosa, las almas afines se atraen. Las mascotas, al igual que los seres humanos, también tienen un trayecto, un aprendizaje, y muchas veces vuelven a encontrarse con sus humanos en otras vidas o planos. En ocasiones, incluso reencarnan para acompañarnos nuevamente, tal vez en otro cuerpo, pero con la misma vibración familiar.

Es importante comprender que los animales, al no tener ego como el humano, viven desde la presencia pura. Y eso los conecta de forma natural con el amor más esencial. Por eso, su tránsito después de la muerte suele ser suave, rápido, sin resistencias. Son recibidos por guías o seres afines. Y muchas veces, si fueron especialmente significativos para nosotros, nos esperan… del otro lado.

Una forma sencilla de decirlo, desde el corazón, podría ser así: —¿Puedo ver a mi perrito cuando me muera? —preguntó Noa, mirando al cielo con los ojos húmedos.
—Claro que sí, Noa —respondí, con voz suave—. Los animales que amamos no desaparecen cuando mueren. Su cuerpo deja de estar, pero su alma… sigue viva, como una lucecita que flota cerca nuestro.
—¿Como una estrella?
—A veces sí, como una estrella. O como una brisa que te roza la cara justo cuando pensás en él. Cuando vos lo amabas, él lo sabía. Y ese amor lo sigue uniendo a vos. Así que, cuando vos termines tu camino en esta vida y te toque ir a ese lugar donde van las almas, él va a estar ahí. Tal vez no como lo veías antes, pero lo vas a sentir. Vas a saber que es él. Y se va a acercar moviendo la cola, con esa alegría que sólo él tenía para vos.
Noa sonrió.
—Entonces no voy a tener miedo. Porque cuando lo vea… ya voy a estar en casa.

La huella invisible

Lucas tenía 11 años cuando su gato Bongo murió. Fue su primer gran dolor. Ese gato lo había acompañado desde los 4 años. Dormía en su almohada, lo esperaba en la puerta al volver del colegio, y parecía entenderlo más que nadie.

Después de la muerte de Bongo, Lucas pasaba horas mirando por la ventana. Una noche, cansado de llorar en silencio, escribió una nota y la dejó bajo su almohada:
«Bongo, si todavía estás cerca, haceme saber que estás bien.»

Esa noche, Lucas soñó algo diferente.
Estaba en un campo lleno de luz suave. Todo era silencio y paz. Y en medio del campo… apareció Bongo. Igual que siempre, pero más brillante. Caminaba sin apuro, y cuando llegó a Lucas, se enroscó en sus piernas como solía hacer.

 

Lucas se agachó, lo abrazó. Sintió su ronroneo.
—¿Estás bien? —le preguntó en el sueño.
—Estoy donde tenía que estar —dijo Bongo, con una voz que Lucas no escuchó con los oídos, sino con el corazón—. Vine a darte alegría cuando eras chico. Y ahora que ya la tenés dentro tuyo… puedo descansar.
—¿Te voy a volver a ver?
—Siempre que mires con amor, voy a estar ahí.
Lucas despertó con el corazón lleno. Y aunque la tristeza no se fue del todo, algo cambió. Ya no era ausencia. Era transformación. Desde entonces, cada vez que siente una brisa cálida en la cara, o escucha un ronroneo imaginario… sabe que Bongo sigue caminando con él.

Nota del autor

Muchos me preguntan si los animales también tienen alma. Y lo digo con certeza: sí, la tienen. He canalizado mensajes de perros, gatos, caballos… animales que partieron y seguían acompañando a sus humanos desde planos invisibles. Ellos también tienen propósito. También aman. También eligen.

Cuando un niño pierde a su mascota, no subestimemos ese dolor. Para él, fue un vínculo sagrado. Expliquémosle que el amor verdadero no termina con la muerte, solo cambia de forma. Y que, cuando su corazón esté listo… volverán a encontrarse. En esta vida, o en otra. Porque los lazos del alma no conocen de tiempo ni de distancia.

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