El Genosociograma de Anne Schützenberger

En su obra, Anne Ancelin Schützenberger nos presenta una mirada reveladora sobre la influencia de nuestros antepasados en la vida presente. A través de su propuesta, conocida como Genosociograma, nos enseña a observar cómo los patrones, las historias, los silencios y las experiencias no resueltas de nuestros ancestros se reflejan en nuestra existencia actual. La herramienta central de esta metodología es el Árbol Genealógico, utilizado no solo como un registro familiar, sino como un mapa vivo que permite visualizar con claridad todas aquellas repeticiones y afinidades que nos conectan con nuestro clan. Coincidencias en los nombres, fechas de nacimiento o concepción que se repiten, eventos significativos ocurridos en el mismo período o incluso destinos similares entre diferentes miembros de la familia, se convierten en señales que revelan la fuerza de las lealtades transgeneracionales.

Este enfoque permite comprender que muchos de los conflictos que enfrentamos en el presente no se originan únicamente en nuestra historia personal, sino que provienen de memorias heredadas. Algunas de estas repeticiones pueden ser neutras o incluso beneficiosas, pero en muchos casos se convierten en limitaciones, bloqueos o síntomas que condicionan profundamente nuestras elecciones, relaciones y posibilidades de realización. A menudo, lo que creemos que es “nuestro destino” o “nuestra personalidad” es, en realidad, una repetición inconsciente de mandatos familiares no resueltos.

Al reconocer esta influencia, surge la necesidad de darle un nombre y una metodología: la Terapia Atávica. Esta terapia propone reparar, liberar o transformar aquellas cargas que provienen de nuestro árbol genealógico y que se manifiestan en forma de patrones repetitivos. Lo “atávico” hace referencia a aquellos comportamientos, actitudes, costumbres o maneras de reaccionar que heredamos de manera inconsciente, como si fueran huellas inscritas en nuestra memoria genética y emocional. Se trata de hábitos y respuestas que, en su momento, sirvieron a nuestros ancestros para adaptarse o sobrevivir a las circunstancias de su época, pero que en la actualidad pueden resultarnos inadecuados, limitantes o incluso destructivos para nuestro desarrollo.

Comprender esto nos lleva a aceptar que gran parte de nuestras decisiones cotidianas están influidas por creencias y programas inconscientes que no nos pertenecen del todo. Existen las llamadas lealtades familiares, que incluyen las costumbres, gustos, creencias religiosas, tradiciones culturales y formas de comportamiento que se transmiten de generación en generación. También operan las reglas familiares, que establecen prioridades particulares en cada clan, muchas veces invisibles para quienes las siguen. Pero quizás lo más influyente son las lealtades invisibles, aquellas ataduras inconscientes que nos llevan a repetir dolores, fracasos o sacrificios como forma de “ser fiel” a la memoria de quienes nos precedieron.

Anne Schützenberger señala que los duelos no realizados, las lágrimas que nunca se derramaron, los secretos guardados con silencio, las identificaciones inconscientes con algún ancestro y las lealtades invisibles no resueltas pesan sobre los descendientes. Todo aquello que no se expresó con palabras termina expresándose a través de síntomas, enfermedades, fracasos o sufrimientos. Así, las cargas no resueltas del pasado viajan a través de las generaciones en busca de alguien que las libere.

Ella resume esta idea con una frase contundente: “Las lealtades invisibles nos obligan a pagar las deudas de nuestros ancestros”. Esta afirmación abre una perspectiva completamente nueva: muchas veces cargamos con dolores y conflictos que no son realmente nuestros, sino que provienen de los pendientes emocionales y espirituales de quienes nos antecedieron. La Terapia Atávica propone justamente romper esas cadenas, permitiendo que cada persona pueda ser fiel a sí misma sin tener que cargar con lo no resuelto de su linaje.

Al realizar este trabajo con el árbol genealógico, comprendemos que honrar a nuestros ancestros no significa repetir sus sufrimientos, sino agradecerles lo heredado, reconocer sus historias y elegir conscientemente qué mantener y qué transformar. De esta manera, la sanación no es solo individual: se convierte en un acto de liberación para todo el sistema familiar.

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