Después de un tiempo,
uno aprende a distinguir con claridad
lo que antes parecía confuso.
Aprende que existe una diferencia sutil,
casi invisible,
entre sostener una mano con ternura
y querer encadenar un alma por miedo a perderla.
Aprende que el amor verdadero
no se mide en caricias rápidas,
ni en noches compartidas por costumbre,
sino en la capacidad de estar,
de permanecer,
de acompañar sin invadir,
de respetar los silencios del otro
como si fuesen melodías secretas.
Descubre que la compañía
no siempre significa seguridad,
porque a veces se está acompañado y se siente vacío,
y otras veces, en la soledad más pura,
se experimenta la plenitud de ser.
Con el tiempo uno aprende
que el corazón también necesita raíces,
y que es inútil esperar
a que otro venga con flores en la mano
si uno mismo no es capaz de sembrar su jardín.
Plantar tu propio jardín significa
cultivar tu paciencia,
regar tus sueños,
quitar las hierbas que ensucian tu alma,
y adornar tu propia vida con los colores
que sólo tú puedes elegir.
El alma, cuando se embellece desde adentro,
no necesita adornos prestados.
Con el tiempo aprendes
que el amor auténtico
no es el que pretende perfección,
sino el que abraza las grietas,
el que reconoce tus defectos
y aun así se queda.
Sólo quien es capaz de amarte
con tus sombras y tus luces,
con tus caídas y tus victorias,
puede ofrecerte la felicidad
que no se negocia,
la felicidad que nace de la aceptación.
También descubres
que disculpar lo hace cualquiera,
porque las palabras pueden repetirse
como fórmulas vacías.
Pero perdonar de verdad,
desde el alma,
requiere grandeza,
requiere abrir las manos
y soltar aquello que dolió,
para dejar espacio a lo nuevo.
Perdonar no es justificar,
es comprender,
es liberarse del peso
que nos mantiene encadenados al pasado.
Con el tiempo uno aprende
que la vida no se guarda en cajones,
ni en planes aplazados,
ni en sueños pendientes.
La vida es este segundo
que palpita en el pecho,
es este instante que se escapa
si lo dejas pasar pensando en mañana.
El mañana es incierto,
el ayer ya se fue,
y el único territorio real que posees
es el hoy,
con su aroma,
con su intensidad,
con su fragilidad.
Con el tiempo comprendes
que aferrarse duele,
y soltar libera.
Que acumular resentimientos
envenena el alma,
y agradecer la lección
te abre las puertas de la paz.
Aprendes que la vida es breve
y a la vez inmensa,
que cada encuentro trae un mensaje,
que cada pérdida enseña fortaleza,
y que cada herida
es también una oportunidad de renacer.
Con el tiempo descubres
que amar es un acto de valentía,
que vivir sin postergar
es la verdadera revolución,
y que lo más valioso que tienes
no se compra ni se vende:
es tu tiempo,
tu atención,
tu capacidad de entregar amor sincero.
Pero, lamentablemente,
todas estas verdades
no se aprenden en un solo día.
Se revelan lentamente,
después de lágrimas,
de despedidas,
de silencios profundos.
Sólo con el tiempo,
la vida te susurra al oído
lo que en la juventud parecía ruido.
Y al final, cuando miras hacia atrás,
comprendes que cada instante fue necesario,
que cada error te formó,
que cada herida te enseñó,
y que cada despedida te volvió más humano.
Porque todo esto,
todo lo que realmente importa,
sólo se aprende…
con el tiempo.
