¿Dónde van los animales cuando mueren?

Esta es una de las preguntas más frecuentes y conmovedoras, especialmente cuando el niño ha perdido a su mascota. La muerte de un animal querido puede ser su primer contacto con el duelo, y es importante acompañar esa experiencia con ternura y verdad. Desde una mirada espiritual, los animales también tienen alma, aunque distinta a la del ser humano. Su energía es pura, libre de ego, inocente por naturaleza. Vienen a la Tierra a vivir experiencias de amor, compañía, juego y, muchas veces, a cumplir un rol sanador.

Muchos animales son verdaderos guías que encarnan para acompañarnos en momentos clave.
Cuando un animal muere, su alma no se pierde ni desaparece. Vuelve al plano espiritual que le corresponde, donde reina la armonía, el descanso, y la conexión con otras almas afines. Allí, esa conciencia sigue su evolución natural, muchas veces regresando más adelante en otro cuerpo animal… o incluso como compañía para quienes vuelve a reencontrar.

He canalizado animales que venían a agradecer. Otros, simplemente a transmitir que estaban bien, que su dolor físico había cesado, y que el amor que compartieron con su humano seguía vivo.
Para un niño (y también para un adulto), saber que el vínculo emocional no muere, que su perrito, gatita o conejo no “desaparecieron”, sino que viven en otra forma, puede traer consuelo real.

 

Y si escuchás a un niño decir: “anoche soñé con mi perro”, no lo corrijas.
Tal vez no fue un sueño. Tal vez fue una visita.

No es la única forma, pero esta es una que podría llegar a su corazón:
—¿Dónde está mi perrita ahora que murió?
—Tu perrita ya no está en su cuerpito, pero sí en una parte muy especial del cielo.

Es un lugar donde todos los animales van a descansar, a correr, a jugar con otros animalitos que también fueron muy amados.

Y ¿sabés qué es lo más lindo? Que el amor que ustedes se tuvieron no se rompió. Ella todavía te recuerda. Y si pensás en ella con cariño, tal vez la sientas cerca.
Algunas veces, cuando estás triste o extrañándola, podés hablarle. Aunque no te conteste con ladridos, ella escucha con su corazón de alma.

Y si una noche soñás que vuelve, o sentís como que te acaricia el viento, no es casualidad.
Es su forma de decirte: “Estoy bien. Y te sigo amando.”

 

El silbido de Agustín

Agustín tenía ocho años cuando su perrito Bruno falleció.
Habían crecido juntos, jugaban en la plaza, dormían siestas abrazados.
El día que Bruno partió, Agustín no quiso hablar con nadie. Solo lloró.
Esa noche, antes de dormir, tomó la flautita que usaba para llamar a Bruno cuando era cachorro, y sopló una nota suave.
—Si estás en algún lado, Bruno… Vení a verme, aunque sea una vez. Esa madrugada, soñó que estaba en un campo enorme, lleno de flores.
Y desde lejos, lo vio venir: orejas al viento, patas veloces, y la lengua afuera como siempre.
Bruno saltó sobre él, lo lamió, y se tiró a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Agustín.
—Sí. Vine para decirte que ya no me duele nada. Estoy en un lugar feliz… y a veces paso a verte.
Cuando despertó, Agustín sonrió.
Desde entonces, cada vez que siente que lo extraña demasiado, silba.
Y aunque nadie más lo nota, él siente una brisa tibia rozarle la mejilla.

Del Libro: «Cuando un niño pregunta» – Autor: Christian Sozi  En amazon

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