
No vinieron rotos, vinieron abiertos
Vivimos en una época donde lo sensible a menudo se confunde con lo frágil, lo profundo con lo problemático, lo intuitivo con lo extraño.
En medio de esta visión reducida, llegan al mundo almas que vibran diferente. Niños que no se adaptan fácilmente, no porque haya algo mal en ellos, sino porque hay algo muy abierto, muy vivo. Y muchas veces, lo primero que escuchan es: “hay que corregirlo”. Pero no vinieron rotos. Vinieron abiertos.
Una historia personal
Nací en 1960, en una época donde poco se hablaba de sensibilidad espiritual, intuición o energía. Sin embargo, tuve la bendición de elegir unos padres que, desde mi infancia, supieron acompañarme en ese proceso sin necesidad de entenderlo todo. Simplemente me sintieron y confiaron.
Muy joven, pude entrar a la Escuela Mediúmnica, y desde entonces —hace ya casi 45 años— he caminado por este sendero. A veces con dudas, a veces con claridad, pero siempre con la certeza de que esto no es una profesión. Es la única forma de vida que mi alma comprende. Una manera de estar en el mundo desde lo sutil, lo profundo, lo invisible.
Por eso, cuando hablo de estos niños sensibles, no lo hago desde la teoría. Lo hablo desde la memoria. Porque yo también fui uno de ellos. Y sigo siéndolo, con la diferencia de que hoy tengo palabras, herramientas y una historia que me permite acompañar a otros.
La sensibilidad no es un error del sistema
Muchos niños que llegan ahora al mundo vienen con los canales del alma abiertos. Perciben emociones, energías, tensiones. Sienten más de lo que pueden explicar, y muchas veces, lo expresan a través del cuerpo o del comportamiento. No están desregulados, están sintonizados con planos que la lógica no comprende.
Pero en una sociedad que premia la adaptación por encima de la autenticidad, esa sensibilidad suele traducirse en etiquetas. Se habla de “hipersensibilidad”, “déficit”, “trastorno”. Y sin darnos cuenta, le quitamos el valor sagrado a esa apertura.
Nombrar no siempre es comprender. A veces, nombrar también es limitar.
¿Y si en vez de diagnosticar, empezamos a recordar?
Estos niños no están llegando a adaptarse al viejo mundo. Están llegando a transformar la conciencia. Son semillas de una nueva frecuencia, y necesitan tierra fértil para florecer. No vinieron a aprender solamente desde los libros, sino desde el alma. No canalizan desde el ego, canalizan desde lo que recuerdan, desde lo que aún no hemos olvidado del todo.
En vez de pensar “¿qué le pasa a este niño?”, podríamos preguntarnos:
¿Qué nos está mostrando?
¿Qué parte de nosotros mismos aún necesita ser sanada para poder acompañarlo sin miedo?
Acompañar, no dirigir
Acompañar a un niño sensible no es “calmarlo”, ni “hacerlo más fuerte”, ni “enseñarle a adaptarse”. Acompañar es caminar junto a su verdad sin invadirla. Es ofrecer un espacio de seguridad donde su esencia pueda expresarse sin ser juzgada o apagada.
Acompañar implica:
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Escuchar sin interrumpir.
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Validar sin analizar.
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Sostener sin dirigir.
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Observar sin etiquetar.
Porque cuando un niño se siente visto de verdad, su alma se relaja. Y desde esa calma, puede florecer todo lo que vino a compartir.
Sensibilidad es sabiduría
En mi camino he aprendido que lo que llamamos “sensibilidad” no es un defecto que necesita ser corregido. Es una sabiduría antigua, una forma de leer el mundo desde lo sutil. Es un puente entre dimensiones. Un radar del alma.
Y cada vez que invalidamos esa percepción, estamos cerrando puertas que pueden traernos nuevas comprensiones como humanidad. Porque estos niños, con su intensidad, sus preguntas, sus silencios y su luz, están recordándonos cómo volver a sentir.
El compromiso del alma adulta
Quienes ya transitamos este camino sabemos que no siempre fue fácil. Muchos crecimos sin palabras para lo que sentíamos, sin mapas, sin validación. Por eso hoy, como adultos conscientes, tenemos una oportunidad hermosa: ser para estos niños lo que nosotros hubiéramos necesitado.
Podemos elegir acompañar con respeto, hablar desde el alma, sostener sin juzgar, y sobre todo, confiar en su camino. Porque no vinieron rotos. Vinieron con la fuerza suficiente como para ayudarnos a sanar lo que olvidamos en nosotros.
🌿 Reflexión final
Si hay un niño sensible en tu vida, escúchalo más allá de sus palabras. Abrázalo sin necesidad de entender todo. Obsérvalo como se observa un amanecer: sin interferir, sin apurar, solo dejando que su luz haga lo que tiene que hacer.
Porque su sensibilidad no es debilidad, es un portal.
Y acompañarlo es un privilegio sagrado.