Cuando hacer todo bien no alcanza
Lo que compartiré no es solo una historia, es un grito del alma. Un eco interior que, pese a todo el trabajo, la alineación, el amor, el cuidado y la búsqueda, no encuentra respuesta clara en lo externo… y ni siquiera en lo interno. Es una crisis espiritual real, una de esas que desmantelan las certezas, incluso las que parecían más sagradas.
Lo que Nicolás representa aquí es más que un personaje. Es una parte tuya —o nuestra— que está cansada de sostener lo invisible sin resultados visibles, que siente que da y da sin recibir, que espera respuestas que solo traen silencio. Y en ese silencio, aparecen preguntas que dan miedo:
¿Estoy en el camino correcto?
¿Sirve de algo hacer todo lo que hago?
¿Y si no hay nada más?
¿Y si este no es el camino, cuál es?
¿Y si el universo no responde como creía?
Este relato toca un punto muy real que muchos no se atreven a decir:
👉A veces, hacer todo lo “correcto” espiritualmente no trae consuelo.
👉A veces, amar no es suficiente para recibir amor.
👉A veces, el “todo llega en su momento” suena hueco cuando el ahora duele tanto.
Y no es porque uno no esté “alineado”. Es porque hay momentos de vida en los que el alma entra en un vacío fértil, ese lugar incómodo donde la identidad espiritual también muere para que algo nuevo pueda nacer.
“Cuando hacer todo bien no alcanza”
Hay momentos en la vida en los que uno siente que ya lo ha intentado todo.
Que no solo ha hecho lo que “tenía que hacer”, sino incluso más.
Ha amado con conciencia.
Ha meditado, enfrentado sus sombras, agradecido, soltado el pasado. Ha escuchado a su alma y ha caminado con fe.
Y sin embargo, nada parece cambiar.
Es entonces cuando aparece un silencio distinto.
No el de la paz, sino el de la ausencia.
Ese en el que te preguntás: ¿Dónde está la respuesta? ¿Dónde está Dios cuando estoy de rodillas, pero no por devoción, sino por cansancio?
¿Qué más tengo que hacer?
Y en ese estado aparece Nicolás.
O mejor dicho, se empieza a desdibujar Nicolás.
Porque cuando la vida se vive como un acto de entrega pero no se cosecha nada en retorno, uno empieza a desaparecer.
Diario de Nicolás
Hoy me desperté otra vez con una pequeña ilusión.
No sé de dónde vino. A veces simplemente aparece, como si la vida me la soplara en la oreja mientras duermo.
Pero ya es tarde, y esa ilusión se ha evaporado… como siempre. Como todos los días.
Y ya estoy cansado.
Estoy hasta el moño.
No entiendo qué más tengo que hacer.
Me aliné con la vida, o eso creo. Me conecto con lo divino, medito, me cuido, cuido. Trabajo en mí. Me esfuerzo por no juzgar, por elevar lo que vibra bajo, por ser mejor que ayer. Intento ver el milagro en lo cotidiano.
¿Y los resultados?
No sé. No los veo. No los siento.
Solo esta constante sensación de estar desapareciendo.
No quiero dudar de Dios, pero ¿qué clase de relación es esta en la que uno ama con todo su ser y no obtiene ni una señal a cambio?
Me dicen: «Lo que necesitas nunca te va a faltar.»
¿Y si justo hoy necesitaba un abrazo? ¿Una respuesta? ¿Un poco de luz?
¿Y si lo que me falta me está vaciando?
Yo no pido riquezas, ni fama, ni milagros.
Solo quiero saber si este es el camino.
Si mi alma está siendo escuchada… o si está hablando sola.
Nicolás no ha perdido la fe.
La ha gastado.
Como se gasta una vela encendida en medio de la tormenta. No por rendición, sino por insistencia. Por creer incluso cuando no hay señales, por confiar cuando no hay certezas.
Lo curioso —o lo doloroso— es que no se siente desconectado. Todo lo contrario.
Siente que ha hecho lo correcto. Que ha limpiado, que ha amado, que ha buscado la luz incluso dentro del dolor. Que se ha alineado con la vida y que ha ofrecido su mejor versión con la esperanza de encontrar, por fin, un reflejo.
Pero no lo encontró.
Y en esa ausencia se abrió una herida silenciosa: la de no entender por qué, cuando uno hace todo lo posible por estar en sintonía con lo divino, la vida igual duele.
¿Será que a veces el alma madura no por las respuestas, sino por sostener el vacío sin respuestas?
Nicolás no ha dejado de creer.
Pero empieza a preguntarse si toda esa espiritualidad que ha practicado es un puente… o una cárcel invisible que no le permite simplemente ser..
Y en esa pregunta… tal vez, empieza un nuevo tipo de fe.
Quizás no haya nada malo en Nicolás.
Quizás no le falta fe, ni amor, ni trabajo interior.
Quizás simplemente está atravesando esa parte del camino en la que ya no hay fórmulas, donde nada responde como antes, donde todo lo que antes sostenía ahora se cae.
No porque haya fallado.
Sino porque ha crecido.
A veces, cuando ya hicimos todo lo que sabíamos hacer, la vida no responde con más instrucciones.
Responde con silencio.
Y en ese silencio, el alma aprende a estar sin entender.
A confiar sin recibir.
A amar sin ver resultados.
No es fácil.
No es cómodo.
Pero tal vez… solo tal vez… es el paso siguiente.
Este texto ha sido escrito desde lo más profundo del alma.
Si resonó contigo, si te abrazó en un momento difícil, si te recordó que no estás solo en tu búsqueda, entonces dejá que viaje. Podés compartirlo, copiarlo, pegarlo o enviarlo a quien sientas.
La palabra, cuando nace del corazón, no tiene dueño.
Con todo lo que soy,
Christian